Mi papá es una huella imborrable

Papá de la doctora Sara de la Rosa en homenaje por el Día del Padre

Aprendizaje, libros y postres

“Mi papá es una huella imborrable”, dice la Doctora Sara de la Rosa, cuando se le pide que cuente sobre su papá.

Hay personas cuya sola presencia, aunque callada, transforma la atmósfera. Que caminan despacio, dudando del paso, pero cuya mente está a mil por hora, hilando ideas. El papá de la Dra. Sara de la Rosa es una de esas personas. Dentista de profesión, lector empedernido, conversador nato y amante del buen humor, es también —y sobre todo— un papá que acompaña, que pregunta, que enseña y, claro, que consiente.

Desde niña, Sara lo recuerda así: llegando de trabajar con una cajita de postres en la mano. Nunca faltaba una tarta, un pastelito o, el favorito de sus hijos, un ratoncito de chocolate empalagoso que siempre desataba disputas entre hermanos. “Creo que le daba risa vernos pelear por ese postre”, cuenta Sarita entre risas, “pero siempre me lo daba a mí primero y me decía: si quieres, les das a tus hermanos”. La escena se repetía tantas veces que aún hoy su papá la recuerda con gracia. No era favoritismo, dice ella, solo una forma cariñosa de consentir a la más pequeña.

Esa ternura, esa capacidad de reírse de lo cotidiano, convive con una figura paternal profundamente comprometida con la formación de sus hijos. La vocación de su padre —ejercida con ética y pasión— no solo se limita al consultorio dental. Su amor por el conocimiento y su enorme biblioteca sembraron en Sara una semilla que sigue dando frutos.

La figura de un papá que deja huella

“Siempre lo vi con un libro en la mano”, dice Sarita. Biografías, historia de México, enciclopedias. Todo lo que alimenta la mente le interesa. “No creo que lo haga con la intención de parecer culto. Lo hace porque le gusta, porque genuinamente disfruta aprender”. Verlo leer no era una excepción, era la norma. Y para la doctora, fue el primer impulso hacia el hábito de la curiosidad. La llevó a hacerse preguntas, a querer saber el porqué de todo.

Pero no todo era tan simple como preguntar. En la infancia, si Sarita necesitaba ayuda con la tarea de historia o español, su papá no le dictaba la respuesta. “Tráete un diccionario”, le decía. “No puedes repetir las cosas como perico, tienes que entenderlas”. Esa exigencia amorosa, esa invitación a la comprensión y conocimiento de las palabras, es algo que Sarita aún agradece y aplica hoy en su ejercicio como médica.

Además de ser un hombre sabio y comprometido, su padre es, sin duda, un gran conversador. “Tiene un tono calmado, una forma agradable de dirigirse a las personas”, cuenta ella. Y no importa si es un paciente, un desconocido en la calle o alguien que le vende el periódico: siempre tiene un cumplido, una broma, una frase que ilumina el día. Esa actitud, ese buen humor, ha sido parte de su sello desde joven, cuando participaba en clubes universitarios, en asambleas del colegio de dentistas o en reuniones con amigos. “Siempre tiene una historia o un chiste que contar. Y sabe cuándo hacerlo”, afirma Sarita.

Presente en casa, presente en la vida

Su presencia no solo se mide en lo emocional o intelectual. Está en todas partes, físicamente también. En las asambleas escolares, en los partidos, en los traslados a clases de tenis o en las idas al súper. “Siempre presente, a pesar del trabajo”, recuerda ella. Y no solo con sus hijos, también con sus amigas o compañeras de la escuela, quienes llegaban a su casa por la mañana para ir juntas a la universidad, y él ya les tenía preparado un licuado o un jugo.

Durante las prácticas de salud pública que Sarita hacía en zonas alejadas de la ciudad, su papá revisaba el auto, le ponía gasolina y llenaba una hielera con sándwiches, jugos, galletas y agua. “No se vayan a deshidratar”, les decía. Y hasta la fecha, cuando la doctora llega a visitarlo, lo primero que le pregunta es si quiere algo: un jugo, un café, algo más. “Es muy consentidor. No ha cambiado nada”, asegura ella con una sonrisa.

Una herencia invisible, pero palpable

Hoy, en su consultorio, Sara también aplica muchas de esas enseñanzas. Su atención al detalle, su ética profesional, su compromiso con el conocimiento, vienen de esa figura paternal que no necesitó decir “sé como yo, sigue mis pasos” para convertirse en ejemplo. Bastó con verlo ser, bastó con verlo estar, con escucharlo hablar, verlo reír y recibir su amor.

Este Día del Padre, la Doctora Sara de la Rosa no necesita grandes discursos para describir a su papá. Con recordar su manera de enseñar con paciencia, de acompañar con ternura, de bromear en el momento justo, basta. Porque si hay algo que define su vínculo, es la presencia constante. La presencia amorosa, culta y alegre de un hombre que, en cada gesto, ha dejado una huella imborrable.

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